Ya me lo decía mi madre: Ay, hijo mío... ¿Y qué será lo próximo?

sábado, 15 de enero de 2011

DÉJAME SER

Por las mañanas intentas entrar desde el sueño a este lado. A veces, ni con dos cafés lo consigues. Y ya, para qué. Dejas ir al día y le sueltas la mano. Comes algo y te enteras por la tele que vives en un mundo de mierda. Algo sospechabas. A la tarde, si tus múltiples ocupaciones vacuas y alimenticias te lo permiten, piensas en los que no están, y ves por todos lados. Han ido vertiendo señales como piedras preciosas bajo las rocas. Te las han pintado. Tienes un mimbre lleno de ellas en casa. Y la imagen de una línea gris sobre el cuero blanco cortado a fleje. Cuentos infantiles sonando en la aguja de la memoria, que es laguna seca de alquitrán, al fin y al cabo.

No suelen herirte estas cosas, pero tampoco son motivo de euforia. No son nada, y eso es lo que te jode. Que alguien, en algún lugar, está violando tu sueño.

No has perdido este día. No tienes suerte ni para eso. Mañana le tenderás la mano, como hoy. Después, abrirás los dedos para que se marche, despacio, con la vana esperanza de que no regrese más. Y así otros tantos. Siempre iguales pero cada vez menos parecidos a eso que llaman vida.

No es una prueba. No hay nada que superar. Ya dije en algún sitio, y sonriendo, que el suicidio, si se hace bien, debe ser una experiencia irrepetible. Si decides marcharte, y ves al dios que no existe, le partes la cara de mi parte. Pero si consigues salir de ésta, y te quedas rondando la vida… quiero que sepas por qué todavía creo en el hombre. En el ser humano. En esa emoción de hambre vívida que se obstina una y otra vez en derramar esperanza, fiebre tímida, burbujeante, por los ojos.

Por esto que vas a ver, entre otras cosas, merece la pena y la alegría. Sentir. Ser.


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