Hubo un tiempo de silencios.
Eran tan eternos,
tan voraces,
que hoy han vuelto
como la fina grasa
en el motor de las palabras.
Los coches
se deslizan sobre el asfalto húmedo
y piden silencio al cruzar los charcos.
El claxon
es una cadencia de orinales bajo el agua.
La música
es un largo compás de espera.
Los vendedores ambulantes
son mudos y pusilánimes.
Todo es un cortejo a la mansedumbre
y en la cola del pan
no se oye más que la paz candente
de la cámara de gas.
Es un silencio tan retórico,
tan vivo,
que tu mirada más mía
mira a otra parte,
allá donde descansa
el tenor afónico
antes de iniciar su silente canto
que dice...
El único lazo con el mundo
y su sonido:
El crepitar del corazón
que late
y late.
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