Mi buena relación con Barcelona se puede resumir en un bus nocturno y de número supersticioso, con pasajeros pálidos y etílicos con los que volvía a casa después de una farra (siempre sobrio) o de mis clases de violín que acababan en la rambla junto a algún colega de oficio con el que despotricar contra alumnos, padres y jefes. El barrio chino, siempre tan acogedor y seguro (y no digo esto con ironía) podía proporcionarte, en una misma noche, imágenes pictóricas del parís del Pastís, una cerveza en plena calle frente al mostrador/escaparate o el dulce olor de una diosa entrando en el garito de persianas cerradas, que abría a nuestra distinguida presencia un hombre que me recordaba a Charles Aznavour.
Nunca se repetían las caras en el N13, a excepción de los conductores y una señora con gafas como lupas y aspecto contrahecho y triste. A cualquier hora, cualquier día (incluso un martes) en el que la inercia me llevara al bus de la buena suerte, ella subía en Plaza España con su pelo de aluminio y el poso que dejan las huellas de tanto tiempo que pasa, sin vida. Era mi ángel protector. O Nacha Guevara en El lado oscuro del corazón, tanto da: Algunas noches no volvía solo y dos piernas livianas y de verano sobre las mías buscaban luego acomodo entre besos y cucarachas libres de alquiler.
A esa fauna, religiosamente, he vuelto en mi última estancia. Este viernes, después de tocar en un Club Vip de la Diagonal me fui al barrio: allí estaba Charles Aznavour abriéndome las puertas del paraíso. Todo en su sitio. Todo igual. Es decir, desordenado.
Y a la hora de retirarme, tentado estuve de subir al N13 (¿La veré en Plaza España?). Pero nadie me espera en mi antigua casa. Nadie, salvo esa idea de libertad destemplada y purgativa, la no acción de la tristeza, el rotor del semáforo en la madrugada.
Nunca se repetían las caras en el N13, a excepción de los conductores y una señora con gafas como lupas y aspecto contrahecho y triste. A cualquier hora, cualquier día (incluso un martes) en el que la inercia me llevara al bus de la buena suerte, ella subía en Plaza España con su pelo de aluminio y el poso que dejan las huellas de tanto tiempo que pasa, sin vida. Era mi ángel protector. O Nacha Guevara en El lado oscuro del corazón, tanto da: Algunas noches no volvía solo y dos piernas livianas y de verano sobre las mías buscaban luego acomodo entre besos y cucarachas libres de alquiler.
A esa fauna, religiosamente, he vuelto en mi última estancia. Este viernes, después de tocar en un Club Vip de la Diagonal me fui al barrio: allí estaba Charles Aznavour abriéndome las puertas del paraíso. Todo en su sitio. Todo igual. Es decir, desordenado.
Y a la hora de retirarme, tentado estuve de subir al N13 (¿La veré en Plaza España?). Pero nadie me espera en mi antigua casa. Nadie, salvo esa idea de libertad destemplada y purgativa, la no acción de la tristeza, el rotor del semáforo en la madrugada.
Espero que alguien haga algo con esas cucarachas.
2 comentarios:
¿Cómo hace la vida para dejar esos posos de los que luegon irrupen estos versos?
Se palpa la autenticidad de las imágenes y las emociones.
Quedaría bien decir ahora que me has hecho sentir ese fragmento de tu biografía, pero ya sabemos que no deja de ser un simulacro.
Allí estarán, esperando a que vuelvas a mirarles con esos ojos tuyos llenos de cascadas de melancolía. Deseando que vuelvas a recitarles a Benedetti por las esquinas de los armarios vacíos.
Es la vida... ¿o no?
Como siempre, genial.
Besos inmensos...
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