Anoche desperté del sofá con un sueño que acabó en terror. Todavía envuelto en la bruma de la pesadilla, acerté a ver una foto de Benedetti en la tele, que seguía encendida (quizás por eso soñaba) y me temí lo peor. Mario había muerto en su casa de Montevideo. Se acabó. Esa utopía mordaz y palpable, ese amor al hombre, esa mujer esperando bajo la lluvia, esa mortal vitalidad se fue, dejándonos huérfanos de imposibles.
Hace tan sólo dos meses estuve en Montevideo, en casa de Benedetti. Creo que tengo la dudosa suerte de haber sido uno de los últimos amigos de España que pudo verle. Estaba leyendo los periódicos y desayunando jugo de naranja. Le di abrazos, conversamos un poco, le envié saludos de Eva y Nancy Morejón, le dije que mi hijo se llamaba Mario (aunque a él no le gustaba su nombre, prefería aquellos que se dicen en un suspiro, como Luz, su mujer) y le regalé mi libro de poemas y otros de la editorial Huacanamo. Nada más. Para eso había viajado. Por supuesto, la vida (y la amabilidad de Ariel Silva) me llevó a hacer otras cosas durante ese viaje, y me entrevisté con Hortensia Campanella (autora de su última biografía) y Daniel Viglietti me hizo una entrevista a mí (sí, el mundo al revés, ya lo sé) y hablamos, cómo no, de Mario.
En la carretera, para hacer el cambio de sentido, había carteles con la palabra RETORNO. Eso siento que fue: un retorno al lugar donde nunca había estado y, sin embargo, reconocía como mío.
Mi primer encuentro con Mario (además del título de una canción) fue en 1994, en Madrid. Pablo Milanés presentaba en la SGAE su proyecto de fundación para ayudar a las artes cubanas. A Pablo lo conocí un año antes y tuve la oportunidad de mostrarle mis primeras canciones. Allí estaba Nancy Morejón y el propio Mario. Un simple apretón de manos, intercambio de saludos y a la pensión donde malvivía, a escribir esa canción de la que hablaba antes. La hice de tirón, porque no era mía.
Después, gracias a Eva Celada, amiga periodista, estuve por primera vez en su casa. Conocí a Luz, su Luz Alegre. Otras visitas siguieron a ésta, y de vez en cuando lo acompañaba a la farmacia o comíamos juntos en un Brasileiro cercano a su casa de Madrid. Corrigió mi primer poeMario. Muchas anécdotas más se pierden por mi discreción, pero las tengo en la memoria, en ese paréntesis que supone estar vivo.
El concierto del 16 de Mayo de 1997 en la universidad de Alicante, frente a él y a toda la estirpe literaria de soñadores que allí se congregó, ha sido lo mejor que me ha pasado en un escenario. Allí canté una de mis canciones, Gracias, dedicada a mi hermano, que me abrió las puertas de Cuba y me dio amigos que todavía, por suerte, conservo. La semana pasada estuve, gracias a ellos, en Cambrils junto a Paco Ibáñez y Adolfo Celdrán. Canté un poema de Mario con música mía titulado Caídas. Es caprichoso el azar, que diría Serrat. Las causalidades a las que uno se aferra para creer cuando es ateo. El círculo generoso de un libro de Baldomero Fernández Moreno que me regaló Alicia Chust sin saber que era el poeta más amado por Benedetti. La angustia al pensar: si Mario es el poeta que más se lee, ¿por qué no usamos la maravilla, la utopía?
Mario es de mi familia. Le quiero, más allá de sus textos, de su ejemplo. Algo que me hace feliz en este día del fin de una ética humanidad del mundo es la cantidad de amigos que me han escrito para darme el pésame como a una viuda. Sin flores: su asma y mi alergia no lo soportarían.
Gracias por hacerme tristemente feliz. Gracias, Mario, por escribir la mejor y más sencilla imagen poética que conozco: Quién me iba a decir que el destino era esto. / ver la lluvia a través de letras invertidas…
Hace tan sólo dos meses estuve en Montevideo, en casa de Benedetti. Creo que tengo la dudosa suerte de haber sido uno de los últimos amigos de España que pudo verle. Estaba leyendo los periódicos y desayunando jugo de naranja. Le di abrazos, conversamos un poco, le envié saludos de Eva y Nancy Morejón, le dije que mi hijo se llamaba Mario (aunque a él no le gustaba su nombre, prefería aquellos que se dicen en un suspiro, como Luz, su mujer) y le regalé mi libro de poemas y otros de la editorial Huacanamo. Nada más. Para eso había viajado. Por supuesto, la vida (y la amabilidad de Ariel Silva) me llevó a hacer otras cosas durante ese viaje, y me entrevisté con Hortensia Campanella (autora de su última biografía) y Daniel Viglietti me hizo una entrevista a mí (sí, el mundo al revés, ya lo sé) y hablamos, cómo no, de Mario.
En la carretera, para hacer el cambio de sentido, había carteles con la palabra RETORNO. Eso siento que fue: un retorno al lugar donde nunca había estado y, sin embargo, reconocía como mío.
Mi primer encuentro con Mario (además del título de una canción) fue en 1994, en Madrid. Pablo Milanés presentaba en la SGAE su proyecto de fundación para ayudar a las artes cubanas. A Pablo lo conocí un año antes y tuve la oportunidad de mostrarle mis primeras canciones. Allí estaba Nancy Morejón y el propio Mario. Un simple apretón de manos, intercambio de saludos y a la pensión donde malvivía, a escribir esa canción de la que hablaba antes. La hice de tirón, porque no era mía.
Después, gracias a Eva Celada, amiga periodista, estuve por primera vez en su casa. Conocí a Luz, su Luz Alegre. Otras visitas siguieron a ésta, y de vez en cuando lo acompañaba a la farmacia o comíamos juntos en un Brasileiro cercano a su casa de Madrid. Corrigió mi primer poeMario. Muchas anécdotas más se pierden por mi discreción, pero las tengo en la memoria, en ese paréntesis que supone estar vivo.
El concierto del 16 de Mayo de 1997 en la universidad de Alicante, frente a él y a toda la estirpe literaria de soñadores que allí se congregó, ha sido lo mejor que me ha pasado en un escenario. Allí canté una de mis canciones, Gracias, dedicada a mi hermano, que me abrió las puertas de Cuba y me dio amigos que todavía, por suerte, conservo. La semana pasada estuve, gracias a ellos, en Cambrils junto a Paco Ibáñez y Adolfo Celdrán. Canté un poema de Mario con música mía titulado Caídas. Es caprichoso el azar, que diría Serrat. Las causalidades a las que uno se aferra para creer cuando es ateo. El círculo generoso de un libro de Baldomero Fernández Moreno que me regaló Alicia Chust sin saber que era el poeta más amado por Benedetti. La angustia al pensar: si Mario es el poeta que más se lee, ¿por qué no usamos la maravilla, la utopía?
Mario es de mi familia. Le quiero, más allá de sus textos, de su ejemplo. Algo que me hace feliz en este día del fin de una ética humanidad del mundo es la cantidad de amigos que me han escrito para darme el pésame como a una viuda. Sin flores: su asma y mi alergia no lo soportarían.
Gracias por hacerme tristemente feliz. Gracias, Mario, por escribir la mejor y más sencilla imagen poética que conozco: Quién me iba a decir que el destino era esto. / ver la lluvia a través de letras invertidas…
1 comentario:
Capitán Chinaski me habló de tu espacio. Soy una admiradora de Benedetti desde hace algunos años. Un día de esos en que buscas algo para leer mientras vas de viaje, tropecé con un pequeño libro de poemas de Mario. He de confesar el placer que me produjo ese primer encuentro. No tuvo nada de extraño porque él tenía el gran secreto de comunicarse a través de su corazón y lo hacía con una realidad sin artificios. Tengo -como un tesoro- un par de libros dedicados por él.El primero, "Utopías en foco" con fotografías de Eduardo Longoni,
me lo trajeron mis hijos en un momento en que estaba en un hospital, muy enferma. Para traerme el otro, hicieron cola en la feria del libro de Madrid. Para entonces yo ya me consideraba una adicta a su obra poetíca.
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