Ya me lo decía mi madre: Ay, hijo mío... ¿Y qué será lo próximo?

lunes, 31 de diciembre de 2012

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Escribo una canción o un poema. O un poema que después se convierte en canción. Me gusta el resultado. Lo guardo. Al cabo de un tiempo, lo leo/toco. Si no me mueve algo por dentro, lo dejo en eterno barbecho. Si logra emocionarme, lo grabo. Después, si creo que es el momento, lo presento en algún recital o concierto.

Y nada más.

Hasta aquí, lo mío. Ahora, el trabajo lo debe hacer el receptor. Lo tiene complicado.

Si no le mueve algo por dentro, lo deshecha. Si logra emocionarle, lo integra en su vida. Un día. Una semana. Un año máximo, con sucesivas lagunas mentales que lo traen y lo llevan de sus verdaderas inquietudes, dejando una huella endeble que apenas se acerca a aquella primera escucha. El mismo poema, la misma canción, deja diferentes residuos, incluso en la misma persona provoca distintos daños, dependiendo del momento, la hora o la situación.

A veces, las menos, puedes conseguir grabar a fuego un verso o una canción en dos, tres o cuatro personas. Quedan ahí, con ellas. Les sobrevive en un disco o un libro que manosearán sus hijos. Se burlan, a través de mí, del destino y de la muerte.

Incluso los escritores ultracatólicos, neoliberales, escriben sobre la Economía de los Mercados como si fuera una rama del Humanismo.

En estas condiciones, ¿cómo voy a dejar de creer en el ser humano?

lunes, 3 de diciembre de 2012

LLÁMALO COMO QUIERAS

Nos pasa 
a veces
por cobardes
por ilusos

por encima
como un coche
que huye
en círculos

por eso
a esto que nos pasa
lo llaman VIDA

como el que dice
ahí lo dejo.