Ya me lo decía mi madre: Ay, hijo mío... ¿Y qué será lo próximo?

martes, 22 de noviembre de 2011

PLAN B

Fui secundario,
eterno finalista
en juegos de calle.

Mis amigos tenían
medallas y novias morenas
con calcetines blancos
e incipiente sentimiento
de culpa.

Y yo,
un plan B
perfecto.
Estudiado.

Porque el juego
era
perder,
para ganar sus besos
promiscuos,
gregarios.

Robados
en mitad de la caída.

Mientras a lo lejos, ajenos
al mundo real, mis amigos
celebraban su triunfo
apedreando gatos.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Teresinha

Todos tenemos debilidades. La mía es la canción, la búsqueda. Cuando encuentro joyas como ésta, no puedo dejar de escucharlas. Integran mi bagaje musical y aprendo de ellas. Es una obsesión, sin duda. Durante unos días (o semanas enteras) no oigo otra cosa, aunque no esté escuchando nada. Me hablan y no estoy. Me ha pasado con todo tipo de estilos, desde Bohemian Rhapsody de Queen a Enciéndeme la luz, de Alejo Martínez y Paloma Ramírez. Eso sí: todas son obras maestras.

Teresinha pertenece a Ópera do Malandro, de Chico Buarque, con arreglos y piano de Francis Hime y la voz de Zizi Possi. Hay otras grabaciones de la canción, pero ésta es la que escuchaba hace unos años, en el tranvía, en el bus, de camino al Teatre Nacional de Catalunya, rodeado de gente en soledad, con la mirada puesta en una canción, una ciudad, unos ojos y ese juego de vivir que me sigue como un cobrador de morosos. Ya pagaré por todos estos lujos.

Porque (alguien tenía que decirlo) la vida es estupenda y tiene banda sonora.






TERESINHA – Ópera do Malandro, 1979.
(Chico Buarque)

O primeiro me chegou
como quem vem do florista
trouxe um bicho de pelúcia
trouxe um broche de ametista
me contou suas viagens
e as vantagens que ele tinha
me mostrou o seu relógio
me chamava de rainha.
Me encontrou tão desarmada
que tocou meu coração
mas não me negava nada
e, assustada, eu disse não.

O segundo me chegou
como quem chega do bar
trouxe um litro de aguardente
tão amarga de tragar
indagou o meu passado
e cheirou minha comida
vasculhou minha gaveta
me chamava de perdida.
Me encontrou tão desarmada
que arranhou meu coração
mas não me entregava nada
e, assustada, eu disse não.

O terceiro me chegou
como quem chega do nada
ele não me trouxe nada
também nada perguntou
mal sei como ele se chama
mas entendo o que ele quer
se deitou na minha cama
e me chama de mulher.
Foi chegando sorrateiro
e antes que eu dissesse não
se instalou feito um posseiro
dentro do meu coração.

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El primero me llegó
como quien llega en conquista
trajo un oso de peluche,
trajo un broche de amatista
me contó todos sus viajes,
privilegios que tenía,
me mostró todas sus joyas,
me llamaba 'reina mía'.
Me encontró tan desarmada
que tocó mi corazón
mas no me negaba nada
y asustada dije,¡no!.

El segundo me llegó
como quien llega del bar
trajo un litro de aguardiente
tan amargo de tragar
preguntó por mi pasado
y comió de mi comida,
indagó en mis cajones,
me llamaba perdida.
Me encontró tan desarmada
que arañó mi corazón
mas no me entregaba nada
y asustada dije,¡no!.

El tercero me llegó
como quien llega de nada
pues nada me traía,
y nada preguntó
ni siquiera sé su nombre,
mas comprendo lo que quiere,
se metió pronto en mi cama
y me llama mujer.
Fue llegando despacito
y antes que dijese no
se quedó como el dueño
dentro de mi corazón.

martes, 1 de noviembre de 2011

L´HOSPITALET - VILADECAVALLS


Trayecto insulso donde los haya.
Intento dormir. Nunca pude en los trenes.

Mi mano izquierda en la cabeza
y el codo en el cristal.

No.
No se puede.
Y menos ahora:
Se sienta un niño de ojos claros frente a mí.
Unos siete años.
Le sigue su madre,
que toma asiento a su lado.
El chaval tiene una pegatina en el pecho
de Esquerra Republicana de Catalunya
donde se puede leer:
Per tots els drets socials.
Pregunta quién es el alcalde de Cataluña.
Su madre ríe un poco
-le habrá hecho gracia-
y le explica cómo va la cosa.

Ahora me hundo en el respaldo
y dejo caer la cabeza sobre mi violín.

No.
No hay manera.
Y menos ahora:
El chaval llama a su hermano
sin dejar de darme patadas en las piernas.
Su madre le da un leve toque de atención.
Viene el otro.
Unos tres años.
Se sienta a mi lado.

Abro un libro de Claudio Rodríguez
e intento sustraer mi mente del acoso
pero estoy podrido con tanta interferencia.
Me cuesta incluso leer el nombre de cada estación.
Con un breve vistazo al poema Ajeno
doy por terminada la lección de mis clásicos
a la vez que el pequeño comienza la batalla con el mayor
y yo, que estoy en medio, me llevo la peor parte.
Su madre les da un leve toque de atención a los dos.

Ahora cierro los ojos mientras repaso mentalmente
las piezas que voy a tocar en la boda.

No.
No es factible.
Y menos ahora:
El tren sale de una estación
-ya no puedo leer cuál-
y a su paso por el cruce de vías
zarandea al pequeño tan fuertemente
que cae de cabeza en el pasillo.
Llora y chorrea sangre por la nariz.
Viene corriendo su padre
con un bebé de pocos meses.
Se lo pasa a su señora
-que se lo enchufa a la teta-
y recoge al infeliz del suelo
pronosticando una hinchazón de órdago.

Sí.
La cosa está que arde.

Se conoce que el bebé no quiere leche
porque está vomitando
-decúbito supino-
como las fuentes de Montjuic
o como cuando desatascas el váter.
A todo esto, el mayor sigue a lo suyo:
Es decir, me cuece a patadas.
Los padres infunden normalidad
preguntándole por la senyera.

El tren se detiene.
Me abro paso
entre párvulos vómitos y patadas
de herederos de la tercera república.

Estoy en la estación de Viladecavalls.
No hay nadie. Ni un bar cercano
ni una máquina de bebidas.
Nada.
En veinte minutos llegará Oriol
con su contrabajo
y me salvará de la quema
de todas las banderas patrias
y estirpes purulentas
con las que podría,
en este momento,
arder a lo bonzo.