Ya me lo decía mi madre: Ay, hijo mío... ¿Y qué será lo próximo?

lunes, 24 de abril de 2017

PROHOMBRES Y BODAS


Esto fue en 1996 o 1997. Ya ha prescrito.

Estaba cursando los últimos años de violín en el conservatorio y me llamaron para hacer una boda “por todo lo alto”. Fui a hablar con la madre de la novia y, mientras soltaba toda una retahíla de próceres que acudirían al evento, yo iba sumando precio porque no me interesaba nada pasar por ese trago, con la idea de que rechazaran mi participación. Querían que tocara en cada mesa durante la cena, de aquí a allá, y además una composición original, un vals, para que los novios abrieran el baile. 


- ¿Sabes quién será el padrino?

- No

- ¡El presidente Eduardo Zaplana!

- Estupendo. Mi caché es de…


Sé que estuvo a punto de decir que aquello era una barbaridad, pero como están acostumbrados a guardar la compostura, aceptó con una sonrisa de esas que te lanzan como el que llora. Me hundió, pero al menos volvería a casa con la sensación de haberles robado, algo insólito porque normalmente siempre ocurre al contrario.

De camino a la mansión, en mi Renault 5 rojo, caía sobre mi violín todo el peso de la justicia y pensé en dar la vuelta unas diez veces como mínimo, pero allí llegué, vi y violín.

Me puse a ello sin pensar mucho, incluso disfrutando, intentando empatizar con el que esa noche era mi público. En una de las mesas colocaron a los menores, de diez a diecisiete años. Toqué alguna banda sonora acorde con sus edades y al acabar, me aplaudieron. Todo normal, hasta que uno de los chicos dijo: “Muy bien, ahora dime dónde está el váter que me estoy meando”, entre las risas de sus primos y vecinos de mesa. Le respondí: “¿Ves la piscina? Lánzate y te meas dentro”, contestación arriesgada que hizo las delicias de la púber mesa, que señalaba al chaval y me despedían con algarabía. Pajaricos.

Pensando que acabarían echándome de allí, así, como el que no quiere la cosa, de mesa en mesa, llegué a la principal, la de los novios. Al verme, el señor Zaplana se levantó y extendió su mano hacia mí, mientras yo ya estaba tocando. Le dije:”No, gracias. Yo sólo he venido aquí a trabajar”, a lo que Eduardo respondió sentándose de nuevo y redireccionando su mano al plato de ostras, todo ello sin perder la sonrisa.

En ese momento sabía que me iban a expulsar del ágape, pero como la comida debía de ser magnífica, todos estaban absortos en sus quehaceres y subcontratas. Nadie dijo nada al respecto y yo, además, ya había cobrado por adelantado, cosa importante en estos eventos con tantas personalidades de renombre. Luego pasé por todas las mesas y abrí el baile con mi vals para los novios, partitura que entregué a la pareja, deseándoles la más fructífera de las negociaciones.

No podía creer que todo hubiera acabado, que yo dijera lo que dije, y que estuviera sonriendo de camino a casa, con mi Renault 5 rojo. 

Tampoco es para tanto, dirán algunos. Pues a mí, me sonó a victoria.

martes, 11 de abril de 2017

RAZA HUMANA

En su atávico miedo a vivir, decidieron enfocar ese temor en la muerte, siendo ésta la única certeza que tenían.

Algunos de ellos, los que miraban cara a cara a la razón, capitalizaron el distraído miedo a morir de la mayoría e inventaron las religiones, con nombres, apellidos y dioses dispuestos a responsabilizarse del miedo de los demás.

Formas peores hay de buscarse la vida.

Más tarde, llegó el fútbol para incluir en ese juego a los ateos, que se creían a salvo de tamaña estulticia.

Y eso es todo.



teLlo Antares (Inéditos, 2008)