Hice una canción a esta calle, sin haberla conocido. Ahora estoy en ella. Hay un teatro. Para ser como me la imaginé le faltaría un burdel, cortinas rojas y al menos una prostituta semivestida, leyendo un libro de poemas. Por lo demás, cubre sobradamente mis expectativas. Todo en Montevideo supera mi ficción, basada en hechos reales, cuando escribí:
Y alláen las tristes aceras donde aparca el olvidola luna, gigante de espuma, se cubre de ororecién nacido. Mientras, ella, fumando matede amor florecido guarda,además de unas copas mecidas por los tangosy un crucifijo,aquél libro de poemas que leebajo el mismo baño de sangrecada noche,hasta que la mentira da un portazocon el albay una estrellaperdidale devuelve su sombra:Aquella que esperabasu vuelta al doblarla esquina.
No encuentro mejor manera de bailar las penas que hacer canciones. Rubén Blades dice en una: “cada pueblo tiene por lo menos un loco”. La calle de Zelmar también tiene el suyo. Un hombre con barba, medio calvo, una cifosis considerable, caminando a base de estertores eléctricos. Apoya su hombro en la ventana del bar San Rafael. Cada poco, se da la vuelta como si alguien lo llamara. Vuelve a su posición con los brazos detrás de la espalda, sujetando con una mano la muñeca de la otra.
He pasado toda la tarde con un café con leche y un helado de chocolate, observando sus movimientos. Cuando los clientes de la terraza se marchaban, tomaba el plato de las propinas y lo vaciaba en su bolsillo, bajo la mirada de los camareros, que reían. Deben conocerse desde hace mucho. Además, estos camareros son de oficio. Ya no se ven así en España.
Ya está anocheciendo en el verano austral donde las estrellas no son las mismas que vemos en la vieja Europa. Pero los locos, por suerte, son universales.
En la puerta del Hotel Balfer espera que un cliente le de la cena envuelta en papel. Se sienta en un portal (sospecho que es su salón) y deglute con aspavientos. Luego tira el papel a la basura y sigue moviéndose por su calle, guardando que todos los rincones sigan en su sitio.
No he podido averiguar su nombre. ¡Qué más da! Lo define mejor el hecho de sentirse libre en su locura, como el que deambulaba por la plaza de Cinema Paradiso o aquél que escribe sus poemas desde el manicomio de Gran Canaria: otro mito discretísimo -que diría Hortensia- como Zelmar o Mario, cuya locura salvará (si no lo ha hecho ya) el mundo.
Montevideo, 27 febrero 2009.
Bar San Rafael
3 comentarios:
Magnífico texto. Me gusta su tono cotidiano y al tiempo, cómo nos llevas hasta este personaje que es nadie, que somos todos de algún modo, entre los ecos de las calles, las estrellas, algún bar...
Gracias, ChAnd. Este personaje somos todos, seguramente, pero existe. Es el de la foto.
Estupendo texto.
Un saludo,
Marta
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