Ya me lo decía mi madre: Ay, hijo mío... ¿Y qué será lo próximo?

domingo, 3 de enero de 2010

COTIDIANA MENTE

En estos días extraños de invierno
con nieve en Alicante y frío en los huesos
no es mala idea entrar en un bar
-a ser posible, modesto y de madera-
con un rincón tranquilo
y ventana cerca
donde adivinar las calles y su brillo
como peces dando vueltas por el desagüe.

Pensar en el bueno de Sabines
o en el amigo Wolfe
con una cerveza de la marca que sea
-ya a estas alturas- y en el primer trago
descubrir que el techo también es de madera
y flota el polvo y el humo crece
porque aquí, por supuesto, se puede fumar
entre las mesas con vasos marcando territorio.

Y uno dice
ahora, quiero un cortado
y ese deseo te lo cumple
un hombre enjuto y malcarado
con eficiencia y parsimonia.

Es lógico.
Es todo tan simple que asusta.

Para este miedo
se inventaron las tareas.

La mía es estar
por ejemplo aquí,
sencillamente en paz con la vida,
conversando con Jaime o Roger
mientras en el cenicero
sigue la orgía.

La cópula de colillas retorcidas.

2 comentarios:

Damián dijo...

Bares... Qué lugares.

por la acracia de dios dijo...

Tienes razón, los ceniceros esconden grandes placeres cuando se está bien acompañado siempre que Sanidad no lo joda todo con sus leyes prohibicionistas. Lo dicho: un placer